A continuación, compartimos una entrevista a Daniel Grión, ex combatiente en la guerra de las Malvinas. Un héroe argentino que vive en la localidad de Freyre. Este material es un extracto del capítulo VIII del libro “Malvinas: un pretexto para legitimar un gobierno totalitario”, de Iván Ambroggio.

Daniel Grión se encontraba realizando el Servicio Militar Obligatorio en Comodoro Rivadavia en el año 1982 cuando la Junta Militar argentina decidió recuperar las Islas Malvinas por la fuerza. Por esta decisión gubernamental debió defender los colores patrios en la guerra de Malvinas. Actualmente reside en Freyre, un municipio de la Provincia de Córdoba. Con total valentía y absoluta cordialidad aceptó ser entrevistado. El testimonio revela información impactante pero real de lo acontecido en el teatro de operaciones.
Iván Ambroggio: ¿Cómo evalúa la decisión del gobierno militar de embarcarse en aquella guerra contra una potencia mundial?
Daniel Grión: Yo creo que fue errónea. Erróneo el modo como lo encararon. Creo que ellos nunca creyeron que los ingleses iban a venir. La gente que vivía en Malvinas venía a las Universidades argentinas, comían comida argentina, se llevaban todo de acá. La concepción era que los ingleses no iban a hacer una guerra para recuperar ese territorio. En eso radicó el principal error.
I. A. ¿Considera que Malvinas fue una estrategia del gobierno militar para escapar de los problemas internos que agobiaban al país en ese momento? ¿Fue una acción militar orientada a buscar legitimidad y cohesión social interna?
D.G.: Sí, sin ninguna duda. Fue como un salvavidas de un bote que se estaba hundiendo. El gobierno militar buscaba con esto el apoyo de la gente, de los distintos sectores.
I. A.: ¿Qué grado militar tenía Usted cuando debió ir a la guerra de Malvinas?
D.G.: Era conscripto. Debí cumplir con la norma que establecía el Servicio Militar Obligatorio.
I. A.: ¿Sabían que iban a la guerra o les mantuvieron oculto la información hasta que llegaron a las islas?
D.G.: No sabíamos nada. Nos mantuvieron oculto todo hasta último momento. Cuando nosotros salimos del Regimiento, en Comodoro Rivadavia, estábamos muy felices porque íbamos a conocer Malvinas. Incluso los que quedaron en el Regimiento lloraban, estaban tristes, peleaban porque ellos también querían ir. De los mil que éramos quedaron treinta o cuarenta. Era como para no dejar el Regimiento sin nadie. «Nosotros creíamos que íbamos dos o tres días a las islas».
I. A.: ¿Pensaban que era una especie de entrenamiento?
D.G.: Claro, una cosa así. Era un movimiento que comúnmente se hacía en los ejércitos. Cuando aterrizó el avión en Malvinas, en Puerto Argentino, recién ahí en ese momento supimos. Un militar nos dijo «acá vinieron a una guerra y la comida va a ser escasa». Esas fueron las primeras palabras que nos dijeron. Y casualmente hoy, se cumple un nuevo aniversario de ese día. Aquel día empezamos mal porque no comimos. Y esa noche no teníamos donde dormir.
I. A.: ¿Poseían la preparación y el equipamiento militar adecuados para enfrentar a unas fuerzas como las del Reino Unido?
D. G.: No, para nada. En cuanto a preparación, fíjese que yo estaba en artillería, era tirador de mortero y nunca había tirado. En el continente jamás había tirado…
I. A.: De acuerdo a su conocimiento o experiencia personal, ¿cómo fue el trato que brindaron los británicos a los prisioneros de guerra argentinos?
D.G.: Puedo decir, en base al conocimiento que tengo y a mi experiencia personal por haber sido prisionero de guerra, que el trato fue excelente. Nos trataron muy bien. Fueron muy amables, muy cordiales, muy respetuosos. Creo que si el resultado de la guerra hubiera sido distinto, es decir, si la Argentina hubiese ganado la guerra, nosotros no los hubiésemos tratado de ese modo. Porque ellos son mucho más educados que nosotros, sin ninguna duda.
I. A.: Existen normas internacionales plasmadas en la Convención de Ginebra que rigen el trato que debe brindársele a los prisioneros de guerra, pero a menudo observamos la diferencia entre la teoría y la práctica…
D.G.: Sí, pero ellos las cumplieron. Es más, nosotros firmamos un certificado de prisionero de guerra hecho en la Convención de Ginebra.
I. A.: ¿Y la alimentación? ¿Era mejor o peor que la que recibían de los argentinos?
D.G.: Mucho mejor. Nosotros comíamos perfecto con ellos. No nos dejaban faltar nada. El primer día que quedamos prisioneros no, pero vinieron, nos hablaron, nos preguntaron si necesitábamos algo urgente porque se estaban organizando y nos pedían disculpas por eso. Vino un oficial inglés que hablaba español y nos trató muy bien, A partir de ese momento estuvimos dos días prisioneros en las islas y ahí no nos faltaron chocolates, cigarrillos, etc. Y desde el momento que nos sacaron de las islas y nos llevaron a una fragata en alta mar, empezamos a comer bien.
I. A.: ¿Cual fue la peor carencia que debió padecer?
D.G.: Hambre y frío.
I. A.: ¿Qué sintió cuando se enteró que el pueblo argentino había realizado una cruzada solidaria pero que lo recaudado no llegó a destino porque algunos prefirieron llenar sus bolsillos a expensas de quienes estaban poniendo el pecho a las balas en las islas?
D.G.: Mucha bronca, mucha amargura, no lo podíamos creer. Todo eso nos enteramos cuando pisamos el Regimiento. A nosotros nos bajaron en Puerto Madryn y de ahí, con un colectivo, nos llevaron a Comodoro Rivadavia. Cuando bajamos en el Regimiento, nos encontramos con los soldados que habían quedado. Ellos creían que nosotros estábamos gordos, lindos e impecables. Pensaban eso por el trabajo que ellos hacían. Todo pasaba por esa base (Comodoro Rivadavia) por la cercanía con el aeropuerto y con las islas. Ellos cargaban la mercadería y de ahí la trasladaban al aeropuerto de Comodoro Rivadavia. Allí la cargaban en los Hércules y salía para las islas. Ellos, al ver la cantidad de mercadería que salía, imaginaban que nosotros estábamos muy bien. Entonces cuando nos vieron bajar no entendían nada. Yo había bajado casi veinte kilos y hacía dos meses y medio que tenía la misma ropa puesta. Al vernos empezaron a retroceder, no podían creer lo que estaban viendo. Ahí comenzamos a enterarnos de muchas cosas. En el Regimiento nuestro, había un galpón grande lleno de encomiendas. A mí me pertenecían tres o cuatro. Había un muchacho que tenía veinte encomiendas que le habían enviado sus familiares y quedaron allí. Después quisieron darnos todas esas cajas, pero a esa altura para qué las queríamos. Recuerdo todas esas cajas llenas. Se tiraba todo, o no sé quién se las llevó. Nosotros ni las retiramos del galpón. ¿Qué íbamos a hacer con eso?
I. A.: ¿Cómo fue el trato brindado por los altos mandos militares a los conscriptos durante el transcurso de la guerra?
D.G.: En general malo. Pero no eran todos, hubo excepciones. El Cabo que yo tenía, por ejemplo, era un muchacho que en esa época tenía veinte años, es decir uno o dos años más que nosotros, debió padecer lo mismo que yo. Pasó hambre igual que nosotros. Era distinto en la parte de los Oficiales. Porque una cosa es el Oficial y otra el Suboficial. El Oficial como estaba en otro nivel, comía mejor, se bañaba, y la mayoría nos maltrataba.
I. A.: ¿Puede confirmar que algunos soldados argentinos debieron padecer la agresión de sus jefes quienes sin ningún escrúpulo los estaqueaban a la intemperie?
D.G.: Sí, eso lo vi con mis propios ojos. Esas cosas las hicieron. Yo las vi.
I. A.: ¿Ha tenido que padecer esos castigos?
D.G.: No, por suerte no. Pero lo vi. Yo no sufrí eso porque dentro del Regimiento, la sección de Artillería de arma pesada, tiene un cierto privilegio. Los soldados que van ahí están mejor cuidados. Pero de los mil que éramos en el Regimiento, sólo treinta éramos los seleccionados para eso. Y yo tuve la suerte de pertenecer a ese grupo. Les gustaron algunas aptitudes mías, y me pusieron como tirador de mortero, que era un verdadero privilegio. Ese grupo es como la élite dentro del ejército. Siempre a ese grupo lo atienden un poco mejor que a los otros que están con FAL. Pero sí, hubo soldados que tuvieron muchos problemas, que estuvieron estaqueados y todas esas cosas horribles.
I. A.: ¿Qué pasaba por su mente en los momentos de mayor peligro que debió soportar?
D.G.: En esos momentos siempre te acordás de los familiares. Esa imagen es permanente. Pero lo que no existía, como muchos erróneamente creen, es el miedo. No teníamos miedo, quizás por la edad. La mente a uno le va cambiando en esa situación. Cuando llegamos allí, pensamos que íbamos a conocer las Islas Malvinas y luego cuando nos dijeron que estábamos ahí para una guerra y que empezamos a preparar las trincheras, nos fuimos preparando de a poco para la guerra. Se fue dando de a pasos. No llegamos cuando se estaba tirando, entonces te da tiempo para irte acostumbrando. Uno se va adaptando a la situación. Cuando supimos que los ingleses venían y después que habían llegado, todos queríamos luchar. Hacía ya más de un mes que estábamos instalados y que nos estaban bombardeando, porque ellos nos bombardeaban. Donde yo estaba pasaban los aviones y tiraban bombas y ráfagas de ametralladora y desde los barcos nos bombardeaban, Y nosotros no podíamos hacer nada, A los aviones les tirábamos pero a los barcos no, porque no teníamos armas para llegar a esa distancia. Ellos nos tiraban y nos tiraban. Pero llegaba un punto que nosotros queríamos pelear. Ya en un momento queríamos matar o morir. No queríamos seguir más en esa incertidumbre de que nos bombardeaban y no podíamos hacer nada. Queríamos que nos atacaran, pelear cuerpo a cuerpo. Queríamos que ellos desembarcaran y pelear.
I.A.: ¿Cuál es la imagen más cruel que posee de la guerra?
D.G.: Hay muchas, uno vio injusticias. Vi a un soldado que murió porque comió carne cruda descompuesta y se intoxicó y murió; y yo lo tuve que enterrar. Esas situaciones te indignan, te quedan. Otro caso es el de un Cabo que con un tractor pisó una mina y ésta detonó. Le tuvieron que cortar las piernas y después murió.
I.A.: ¿El paso del tiempo permite aliviar el dolor de esos recuerdos?
D.G.: Sí, pero esas cosas, por más que pase el tiempo, no se olvidan. Hoy me acuerdo y me duele menos que años atrás, pero la imagen sigue presente. Eso no se va. Me acuerdo de todo el proceso como si hubiese pasado ayer. Se soporta mejor pero no se olvida nunca.
I.A.: ¿Es verdad que algunos altos mandos militares que eran muy valientes en la “guerra sucia», no conservaron esa virtud de valientes en la guerra de Malvinas?
D.G.: Sí, eso es cierto. Las versiones que yo tengo de las personas que estuvieron más al frente, indicaban que la mayoría de los Oficiales iban atrás de los soldados. No todos, pero la mayoría.
I.A.: ¿Cómo fueron recibidos en la Argentina cuando regresaron?
Cuando llegamos a Puerto Madryn no nos recibió nadie porque habían decretado un toque de queda y nosotros bajamos ahí en el puerto y nos llamaba la atención que no había gente. Parecía una ciudad fantasma. Sólo había colectivos y ambulancias esperándonos. Primero bajamos los que estábamos bien y nos llevaron. Por eso no vimos el movimiento de heridos. Al menos yo no lo vi. Pero supongo que venían muchos porque había muchísimas ambulancias. En ese momento nos llamó mucho la atención que no hubiera nadie. Yo después de muchos años supe, por una persona que vivía ahí, en Puerto Madryn, que la gente se había quedado en su casa, debido al toque de queda decretado por el gobierno. Llegamos a nuestro Regimiento a las once de la noche, un Regimiento que estaba a once kilómetros de Comodoro Rivadavia, o sea que no pasamos por la ciudad. Nos bajaron en el Regimiento y quedamos ahí hasta el 6 o 7 de julio (fecha en la que yo me vine a mi pueblo). No salimos nunca de ahí.
I. A.: ¿Cree que los tuvieron escondidos para evitar el contacto con el resto de la sociedad?
D.G.: Exactamente. Así fue.
I. A.: ¿Les hicieron firmar algo para que guardaran reserva de lo que habían vivido en las islas?
D.G.: A mí no me hicieron firmar nada. Lo único que puedo decir es que nos empezaron a dar de comer muchísimo.
I. A.: ¿Cree que el recibimiento y reconocimiento de la sociedad argentina hubiese sido otro si el resultado de la guerra hubiese sido el contrario?
D.G.: Sí, sin ninguna duda. Eso es lo que no me gusta hoy de los políticos, o de los periodistas. Yo estoy en contra que se critique tanto a las Fuerzas Armadas o se hable tan mal de las Fuerzas Armadas. Yo siempre digo: «¿Qué hubiese pasado si hubiésemos ganado»? «¿A quién le hubiese importado las personas que murieron?» A nadie. Eso sí, hubiésemos sido héroes. A los padres de los soldados muertos los irían a felicitar y seguramente les dirían «mira tu hijo está muerto pero tenemos las Malvinas». Y los padres seguramente seguirían pensando «pero mi hijo está muerto». Por eso a mí me choca cuando veo por televisión que cuando Galtieri salía al balcón la gente festejaba, cuando ya habían muerto dos personas. Y cuando se produjo la rendición argentina, la gente repudió esa decisión, cuando seguir peleando hubiese significado que sigan muriendo argentinos. O sea, que si nosotros hubiéramos ganado la guerra, «y bueno, pobres chicos los que murieron pero ganamos». Por eso cuando la gente me pregunta si estoy enojado con los ingleses, les digo que no. Estoy enojado con la sociedad argentina que actúa de esa forma. Estoy seguro que sí hubiéramos ganado esa guerra, hoy en todas las aulas de las escuelas del país estaría el cuadro con la foto de Galtieri como están las de Belgrano, San Martín y Sarmiento. Pero como perdimos pasó a ser un delincuente. El gobierno militar se jugó la última carta con la guerra de Malvinas y la gente se prestó para eso. Porque la gente fue enojada a la Plaza de Mayo cuando se enteró que nos habíamos rendido cuando se tendría que haber quedado en su casa.
I. A.: ¿Es posible recuperarse plenamente de las secuelas de haber presenciado un hecho tan traumático como una guerra? ¿Ayuda el paso del tiempo?
D.G.: Sí, el paso del tiempo ayuda. Ayuda muchísimo. Hay gente que no se ha recuperado. Eso depende también de la naturaleza de cada uno, la fortaleza física y mental de cada uno. Yo hoy, gracias a Dios, estoy bien. Pero no puedo decir que no tengo recuerdos. El primer año cuando regresé, fue terrible, soñaba mucho. Después va pasando. Pero cuando llegan estas fechas de conmemoración de un nuevo aniversario de la guerra, estoy más triste, más cabizbajo. A veces más nervioso. No es fácil. Uno queda sensible. Una guerra te cambia. La persona que vuelve de una guerra no es la misma que la que fue. Un ex combatiente es distinto.
I.A.: En lo personal, ¿considera que hemos evolucionado en algo como sociedad después de esa irracional e inhumana decisión, de la Junta Militar de ir a esa guerra?
D.G.: No, acá no. En el sur sí, porque ellos lo vivieron de muy cerca y por eso lo viven de otra manera. Lo sienten de otra manera. Pero esto es en el sur, en Comodoro Rivadavia, en Ushuaia. Allá, la gente trabajó. La gente fue a cargar los aviones para el Ejército. La gente estuvo ahí. Pero en las demás partes del país, no. Salvo en esos lugares, en el resto del país el 2 de abril es un día feriado para irse de vacaciones.
I. A.: ¿Cuál fue el gobierno constitucional que más reconocimiento les ha brindado a los ex combatientes?
D.G.: Mayores beneficios, a mi entender, nos lo dio el actual gobierno de Kirchner. Menem fue el que empezó con la jubilación que era mínima pero al menos algo había mejorado. Estuvimos como diez años cobrando lo mismo. Y después cuando asumió Néstor Kirchner nos mejoró esa pensión. Estamos cobrando una pensión que se puede considerar digna.
I.A.: Hace varios años era habitual ver, principalmente en las grandes ciudades, a los ex combatientes pidiendo en las calles o cuando los autos se detenían en los semáforos. Eso seguramente se debió a que no percibían ningún tipo de recursos. Hoy no se los ve tanto, ¿a qué adjudica ese cambio?
D.G.: Lo que pasa es que hoy, además de tener una buena jubilación, todas las provincias aportan lo suyo. Porque nosotros percibimos la jubilación de la Nación, que hoy es importante, y paralelamente una jubilación provincial (que los ex combatientes de la Provincia de Córdoba estamos retrasados porque hace unos pocos años que la estamos cobrando). Hoy se puede decir que el ex combatiente tiene una pensión para vivir. No digo para vivir dignamente, pero sí una pensión para vivir.
I. A.: ¿Es verdad que al regreso de la guerra, las Fuerzas Armadas sólo les otorgaron la pensión y la obra social a los cuadros profesionales y excluyeron a los conscriptos de estos beneficios?
D.G.: Sí, nosotros no recibimos nada. Yo, gracias a Dios, cuando regresé conseguí trabajo en una empresa donde tenía una buena obra social, entonces nunca me preocupé de la obra social que daban para los ex combatientes. Pero sé que algunos muchachos que trabajaban por su cuenta, trataban de usar esa obra social y no les servía porque nadie los atendía.
I. A.: ¿Puede rescatar algo positivo de aquel triste y lamentable episodio?
D.G.: Sí, creo que sí. Ver que si uno quiere, se puede. Ver que aquellos chicos de dieciocho años tuvieron esa gran valentía. Tal vez se podría rescatar más si en el país se tratara de otra manera el tema. Quizás habría que tocarlo mejor en las escuelas, utilizarlo de otra forma.
I. A.: ¿Actualmente tiene contacto con otros ex combatientes?
D.G.: Sí, nosotros acá en la zona de San Francisco, Morteros y todos estos pueblos (provincia de Córdoba al límite con Santa Fe) nos juntamos siempre, tenemos contacto. Y cuando voy a Comodoro Rivadavia (ya fui dos veces) lo hago porque me encuentro con gente de allá, con otros compañeros. Esto es lo que nos hace bien a nosotros.
I. A.: En cuanto a la inserción laboral, cuándo regresó de la guerra, ¿pudo conseguir trabajo rápidamente? ¿Cuál es la situación laboral de la mayoría de los veteranos de guerra?
D.G.: Para la mayoría fue complicada la inserción laboral. Yo tardé tres años para poder conseguir trabajo cuando volví de la guerra. No es que ni bien regresé alguien me dijo: “vení a trabajar conmigo» o «vení a trabajar a mi empresa”. Nadie me llamó. Yo como cualquier hijo de argentino, me fui a anotar y esperé que me llamaran y cuando la empresa me necesitó, me llamó.
I. A.: ¿No hubo ningún reconocí miento en ese sentido por haber defendido nuestros colores?
D.G.: En aquella época recuerdo que ENTEL había incorporado mucha gente y el viejo Banco Hipotecario también. Pero, en general, el sector privado no nos dio privilegios a la hora de elegir personal. Si había dos personas y una de ellas era ex combatiente, no le daban prioridad por este motivo.
I. A.: ¿Qué opinión le merece Aldo Rico y Mario Benjamín Menéndez?
D.G.: Lo que pasa es que yo no los traté. Lo que yo supe, lo supe después. Pero en ese momento, yo ni los conocía. Me enteré que existían esas dos personas cuando regresé al continente. Y cuando llegué a mi casa, el 8 de julio, recién ahí supe que existían esas dos personas. Ellos estaban en Puerto Argentino y yo en Bahía Zorro, en la otra isla (Gran Malvina). Después me trasladaron a la Isla Soledad pero estábamos lejos, a ochenta kilómetros de donde estaban ellos, o sea que no sabía en ese momento que existían.
I. A.: ¿Por qué durante la guerra las expectativas de la población se concentraron fundamentalmente en torno del avión Pucará, diseñado y fabricado en la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba?
D.G: El Pucará era un avión que en ese momento era lo mejor que existía por las características que tenía. Yo tuve la suerte de leer un libro del General Thompson, que expresaba que ellos le tenían terror al Pucará. Porque iba al ras del agua y no lo podían detectar con los radares, siendo que era un avión muy vulnerable para atacarlos porque era un avión lento. Pero les era muy difícil detectarlo. Cuando ellos los veían, los veían con sus propios ojos (no por medio de los radares) y ahí ya era tarde porque les disparaba el misil. Ellos dijeron y siguen diciendo todavía, que si las bombas argentinas hubieran explotado, la historia hubiera sido distinta. Si la aviación hubiese tenido buena munición, la guerra hubiese sido distinta. El accionar de los pilotos fue excelente. Eso fue muy reconocido hasta por los mismos ingleses. Ellos decían que no lograban entender cómo los pilotos argentinos podían hacer las cosas que hacían. Los ingleses sorprendidos decían que mientras que sus aviones no salían por la niebla u olas altas, de repente aparecía un avión argentino que los atacaba. Lo que hizo la aviación fue extraordinario. Fue reconocido mundialmente.
I. A.: ¿Es verdad que tras la rendición, algunos de los oficiales y altos mandos trataron a la tropa de «cagones e inútiles» y les atribuyeron el resultado de la guerra expresando además «habría que fusilarlos a todos”?
D.G.: Sí, es verdad. Me lo dijeron en la cara. A nosotros nos avisaron de la rendición a las 22.30 horas. Yo estaba de guardia, me vino a avisar otro soldado que estaba con el jefe. Averiguamos si era cierto y nos volvimos. Nosotros estábamos a dos kilómetros aproximadamente de la orilla. Cuando llegamos ya estaban los ingleses. No nos molestaron para nada. Nos metimos en el galpón y nos sentamos porque el frío que hacía era impresionante. Cuando estábamos todos ahí adentro, entró un Oficial argentino desconocido para nosotros – para mí era recién llegado a las Malvinas porque estaba muy limpio, el pelo muy bien cortado, muy bien afeitado- y nos insultó, nos dijo que la guerra la habíamos perdido nosotros por cagones y maricones. Nos dijo que la culpa de haber perdido la guerra era nuestra. Nos maltrató mucho. Cuando se fue el Oficial argentino, entraron los Oficiales ingleses. Uno de ellos hablaba español y nos dijo que si no había alguien que necesitara algo urgente íbamos a tener que aguantar un poco, porque ellos se estaban organizando. Pero nos trataron bien y antes de irse nos deseó las buenas noches con mucha educación.
I. A.: En general, ¿los ex combatientes argentinos guardan rencor hacia los ex combatientes británicos?
D.G.: No, para nada. Ellos fueron muy educados. A veces nos cuesta decir esto porque la gente nos mira como diciendo: «¿cómo no le vas a tener bronca a los ingleses?» ¿Por qué les voy a tener bronca? Si los soldados que fueron, fueron mandados igual que nosotros. Ellos cobraban un sueldo, hacían su trabajo. Los mandaron y fueron. Tampoco están tan bien atendidos como se cree. Nosotros tenemos alrededor de trescientos cincuenta suicidios y ellos aproximadamente doscientos cincuenta. También tienen problemas para insertarse en la sociedad. Es todo parecido con la diferencia que ellos cobraban y nosotros no. Cuando uno está en una guerra, la regla es «matar o morir”. Esa es la regla. Y antes que morir, matás. Por eso no les podemos tener bronca, porque sí el no me mataba a mí, yo lo mataba a él. Esa es la regla que por ahí la sociedad no entiende.
I. A.: ¿Qué sentimientos experimentó cuando Margareth Thatcher reveló que el radar de larga distancia de la Fuerza Aérea chilena alertaba de cada ataque argentino, para que los británicos tomaran medidas defensivas?
D.G.: Eso fue terrible, porque nunca pensé que un país sudamericano, un país vecino, nos podía hacer algo así. Nosotros no podíamos creer eso. Pensábamos «si no nos ayudamos entre países vecinos…». Eso me despertó
mucha bronca contra Chile. Totalmente distinto es el caso de Perú.
I. A.: Cuándo escucha que algunas personas se refieren a las Islas Malvinas con el nombre Falkland, ¿qué le produce esa denominación?
D.G.: Una bronca terrible. No puedo escuchar eso. No lo acepto. Me produce mucha impotencia. Es igual que cuando escucho el nombre Bahía Fox, que es donde estaba yo. Para mí el nombre verdadero es Bahía Zorro.
I. A.: ¿Le queda alguna cuenta pendiente con respecto a Malvinas?
D.G.: No, no. Porque nosotros hicimos todo lo que pudimos. Además estábamos limitados, no podíamos hacer algo por cuenta propia. Estábamos subordinados y teníamos que cumplir órdenes. Yo estoy tranquilo con mi conciencia porque di todo de mí. Puse todo lo que estaba a mi alcance.
I. A.: ¿Alguna reflexión final que desee hacer?
D.G.: Sí, quiero destacar que pese a todo lo que me tocó vivir en aquella guerra, considero necesario poseer Fuerzas Armadas y soy partidario del Servicio Militar Obligatorio porque creo que muchas personas excluidas de la sociedad pueden beneficiarse con la educación y disciplina militar. Por supuesto que no debe haber malos tratos, ni nada de eso. Esto no significa que yo no repudie los errores y excesos cometidos por los altos jefes militares de aquel momento, pero creo que como toda organización, las Fuerzas Armadas requieren reformas para superar sus errores. No deben desaparecer. Merecen más importancia. También creo que no deben meterse en política porque su función es otra.
I.A.: Daniel, no tengo palabras para agradecerle esta enorme contribución para mi libro. Le pido disculpas por remover esos recuerdos tan dolorosos y le agradezco enormemente su valentía para contar lo sucedido en el teatro de operaciones de aquella guerra en el Atlántico Sur. Permítame felicitarlo, Usted es un héroe argentino. Muchísimas gracias.
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Artículo original: http://regionalisimoenlinea.blogspot.com.ar/2016/04/palabras-de-un-ex-combatiente-de.html
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